Los diferentes géneros artísticos actúan de manera muy distinta en relación con los “ángeles y demonios”. El cine, la escultura y la pintura, quizá como ninguno, pueden convocar y representarlos con mayor inmediatez, pero la fotografía también.
La literatura, el teatro, la danza si no con esta fuerza descriptiva pero sí con enorme posibilidad de convocatoria sugieren las luminosas alturas y los oscuros precipicios del hombre. Pero hay artes que, dependientes de sus posibilidades lingüísticas y de sus objetivos a cumplir, los insinúan de una manera sumamente compleja y mediatizada. No solamente porque en la mayoría de los casos no son figurativos, sino porque conforman el grupo que responde a las necesidades primarias también, son utilizados permanentemente, y si el hombre puede soportar de vez en cuando una obra de la pintura negra de Goya, una escultura de Richier, una película de Fassbinder, no podría convivir con ellos permanentemente, o se acostumbraría a su patético significado de tal manera como nos acostumbramos a una cosa, vista pero no percibida diariamente. Entre esas artes ubicamos la arquitectura, el urbanismo, el diseño gráfico, industrial, textil, de indumentaria y del paisajismo…
… El diseño gráfico tiene campo casi libre en ciertos subgéneros para llevar al receptor a los mundos de los miedos, para convocar allá los monstruos. En caso de algunos temas y objetivos, afiches, diseño editorial, packaging pueden actuar de esta manera mientras señalización, arquigrafía, pictograma, marcas, tipografía, se ven fuertemente dificultados o algunas veces directamente imposibilitados desde el vamos a ejercer esta convocatoria. En general, no es su principal tarea social, no es su fundamental motivo de existencia. Los abismos del alma no pueden verse siempre expresados por ellos, pero su orden, presencia y utilidad pueden constituir apoyo para soportarlo. El éxtasis, esa vehemente descarga libidinal, tan frecuente como generador y generado en otras artes, causado por insoportables dolores o por insoportables placeres, por el acceso o descenso a los infinitos, por repentinos contactos con el cielo o el infierno, en este arte cede su lugar a la solidaridad de lo cotidiano, a la serena colaboración con nuestra vida de todos los días, al honesto reconocimiento de que el hombre es completo en su deseo por la inmensidad, pero sus quehaceres son terrenales. El arte es el testimonio más maravilloso de que no existe el hombre sin monstruos, pero que al mismo tiempo está munido de la fuerza suficiente para enfrentarlos.